domingo, 7 de septiembre de 2008

El flechazo…

Me aburro mortalmente, he tratado de dormir una siesta pero cada vez que cierro los ojos aparece en mi mente la penetrante mirada de Sam y el dolor de cabeza se intensifica, me duelen los ojos de llorar como una imbécil… ¡Mierda!

Sólo escribir me desahoga un poco…

Vuelvo a la isla… De pronto, aquella comida cambió el significado de mi viaje. Desde aquel instante en que Sam y yo cruzamos las miradas para presentarnos… (uff, aquella dulce y amplia sonrisa, con sus ojos inmensos y azules taladrando los míos…); durante aquel momento mágico y eterno, el mundo pareció pararse, como si se hubiera accionado la pausa de un video… Seguidamente, avergonzada, busqué el rescate de mi colega Jon que me observaba burlón. Jon sabía captar al vuelo este tipo de cosas; me guiñó el ojo y sorbió la cabeza de una gamba con guasa, como diciéndome: “¡Venga, al ataque, es tuyo!”. Notaba hervir mis mejillas y no era precisamente por el bochornoso calor y el picante de la comida; sentía un nosequé en el estómago, un cosquilleo en mis entrañas que me impedía tragar un solo grano de arroz. Intenté mirar nuevamente a Sam, con disimulo, pero cada vez que lo hacía me atrapaban sus ojos que parecían tener luz propia, mientras él no dejaba de hablar con unos y otros. Volaban nuevamente las mariposas atrapadas en mi estómago.


Por las conversaciones de unos y otros, supe que Sam era fotógrafo profesional y que estaba en la isla para hacer un reportaje sobre la fiesta. El chico ganaba puntos por momentos, no es que fuera especialmente guapo, pero tenía algo que hipnotizaba, quizás su mirada que te atravesaba como un dardo, o su boca carnosa y gesticulante, o su cuerpo delgado y fibroso, muy bronceado, no sé, todo él era como un potente imán que me atraía con fuerza. Sam nos explicó que tenía 35 años y que había dado tres veces la vuelta al mundo. Nos corroía a todos una sana envidia ¡Un hombre experimentado! Sam parecía estar solo en la isla. ¿Querría decir que no tenía pareja? Bueno, desde luego sus miradas me decían que no… ¡Joder, qué ingenua fui!


Con la llegada del segundo plato, ya no me interesaban las conversaciones con el resto del grupo: una pareja alemana de unos veintitantos, tres jóvenes y atractivas holandesas, dos madrileños de 25 años con la única intención de “mojar” en la fiesta… Allí estaba yo, como una boba, mirando al Danés como a quién se le cae la baba...ensimismada con el carisma que proyectaba el danés. Esa fue mi peli a partir de entonces y ninguno de los dos hicimos nada por evitarlo… Si el mundo se hubiera paralizado en ese instante, yo hubiera sido inmensamente feliz…


Las paredes del piso me agobian. Estoy cansada, necesito comer algo y dormir; sólo quiero dormir y creer que esto no fue más que un sueño. ¿Alguien ahí me puede dar una respuesta?

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